Huellas de ferroviarios y docencia
Rómulo Tulli: Huellas de ferroviarios y docencia Crédito: El Santafesino
Historias
Redacción El Santafesino
10 de noviembre de 2010
alfabetización Corridas de Trenes Técnico telegrafista

Huellas de ferroviarios y docencia

“Mis padres eran italianos, trabajaban el campo en General Pinedo, Chaco. Papá vio la oportunidad para los hijos en el próspero ferrocarril, hizo cursos para técnico telegrafista y así comenzó a recorrer distintos lugares y provincias”, en la memoria de Rómulo Jacinto Tulli prevalece la familia, su hermano mellizo Remo Eleodoro, que falleció pequeño y el recuerdo de otros tiempos, uno a uno va nombrando pueblos y ciudades, se detiene en detalles, largas caminatas en Mendoza junto a sus hermanos, el frío intenso. Su habilidoso padre fabricó un brasero que calentaban para que al llegar a la escuela tengan para calentarse.

En 1942 su papá sufrió un ataque mientras trabajaba en las alturas de un poste telegráfico colgando del arnés. Para su recuperación fue trasladado. Rómulo Jacinto llegó a Laguna Paiva el 23 de abril de 1949. Tenía 13 años y a los 18 entró al taller ferroviario a trabajar en playas, luego a oficinas. Se había preparado para telegrafista, solicitó trabajo en Talleres, Almacenes y Depósito. Sonrió mostrando las fotografías, su relato está lleno de fechas y sitios, su memoria admirable.

En 1961 se casó con Beba. Estando de luna de miel quedó cesante. Fue la gran huelga del ‘61. A los seis meses ingresó nuevamente al ferrocarril Belgrano en Tráfico, Corridas de Trenes, Vías y Obras y comenzó un largo recorrido en estaciones ferroviarias, un ir y venir por vías argentinas, alguna vez viviendo en vagones de trenes, en estaciones, alquilando o en escuelas. Fue jefe de estación, auxiliar, peón, cambista, vendedor de pasajes, archivista, conservando lugar y trabajo, sumando al cargo de docente de la esposa que se trasladaba para vivir en familia con sus dos hijas a los lugares donde Jacinto debía trabajar.

Beba era maestra y directora, Jacinto colaboraba haciendo quintas, peñas folclóricas, obras de teatro. En Ojivie vivió la imperiosa necesidad de crear el Centro de Alfabetización para Adultos, funcionó durante tres años en la sala de espera de la estación, por las noches. La mayoría de los pobladores mayores era analfabeta (comisario, estafetero, etc.). La alegría de esas personas cuando firmaron por primera vez o pudieron leer el cuaderno de sus hijos, no se borrará de sus mentes.

Mientras estuvieron en Ojivie, Beba de día dictaba clases en Toba a 12 kilómetros de distancia, compró sulky y caballo para poder llegar por esos caminos de tierra. Salía a las nueve de la mañana y cuando llegaba comenzaba las clases. Los chicos aguardaban, regresaba de noche. En tiempos de inundación, el capataz de la cuadrilla de Vías y Obras solía llevarla en cuatriciclo a pedal por las vías, otras veces al trayecto lo hacía sola.

El ferrocarril se cerraba. Memorables días de incertidumbre, últimos destinos de trabajo para Rómulo Jacinto: Laguna Paiva, Nelson, Cululú, Santa Fe. Por su conocimiento de líneas de trenes fue encargado de personal de Máquinas (centralizaba). Se lo indemnizó en julio de 1992. Esperanza y decepción resultan demasiado fuertes en sentimientos y memorias, la tristeza de saber el desierto de los pueblos del norte cuando aquellos alumnos, hoy adultos, los visitan con sus nietos. “Aún soy la seño de la estación”, dijo Beba. “Amigos en el trayecto de cada pueblo, ahijados, experiencias ganadas, aprendizajes en el aire de la vida”.

Ni los yuyos ni el tiempo podrán borrar las huellas ferroviarias.

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