La ex clase media
La ex clase media

La ex clase media

En la Argentina de las últimas décadas, los que han administrado el país han hecho precisamente lo contrario. Seguramente porque no hemos tenido buenos gobiernos y porque la dirigencia social, en general, se asoció a las peores prácticas y métodos de gestión de quienes dirigieron la política., los que decidieron se empeñaron en debilitar a la clase media.

Esta, en la Argentina, tenía tal vigor y tal extensión que podía afirmarse que ella otorgaba a nuestro país sus características distintivas. Abarcando una enorme amplitud, desde los operarios calificados, artesanos, profesionales independientes hasta los pequeños y medianos empresarios, banqueros nacionales, productores agropecuarios, directivos de grandes empresas, comerciantes, empleados, servidores públicos, cuenta propistas, era responsable, al mismo tiempo de la generación de multitud de producciones y servicios que sostenían millares de empleos, de la conformación de una alta porción del ahorro nacional y de la dinamización de la actividad económica

La movilización social ascendente, típica diferenciación argentina respecto a casi todos los países Latinoamericanos e inclusive a muchos europeos, se debía también, en gran medida, a la fortaleza y vigor de la clase media de nuestro país que fue verdadero faro difusor de valores morales y culturales.

La gran declinación de la clase media en la Argentina, resultado de la acción de los gobiernos de las últimas décadas y de las dirigencias sociales asociadas, no es por tanto un mal menor y trasciende en mucho a los aspectos económicos que suelen ser los destacados. Es parte de aquellas consecuencias no visibles de las pésimas administraciones que hemos padecido. Es que la decadencia material se patentiza en las fábricas o en los comercios que no están más, o en el monto de la deuda nacional, pero lo social, político y moral no puede ser percibido a simple vista. Una buena parte de la desocupación y la caída de actividad económica, con sus espantosas consecuencias incluso morales, deviene de la pauperización de esta clase media que ha mermado en mucho su rol de activador de generación de bienes y servicios típicamente requeridos por ella y, por lo tanto, creadora de empleos, de actividades y hasta de costumbres. La decaída demanda de determinados bienes -automóviles, viviendas, indumentaria, servicios médicos, financieros, educativos, culturales, esparcimiento, etc. – se explica por este descenso de la clase media y la merma de esas actividades, y las que a ellas están relacionadas, explica probablemente más que ningún otro factor, la persistencia en la caída de la actividad económica, el desempleo, la ruina de miles de empresas, la merma de los ingresos fiscales y el que un cuarto de la población argentina – en general ex integrantes de la clase trabajadora – se haya transformado en indigente. Este deterioro ha provocado también un decaimiento de su labor como moderadora de conductas y sostén de muchas instituciones y asociaciones intermedias. Ha disminuido su papel de fuerte proveedora de nuevos dirigentes para las actividades culturales, sociales y políticas y ha perdido buena parte de su benéfica influencia respecto a los valores morales comunes a nuestra sociedad. Es que, deterioradas sus tradicionales fuentes de ingresos, no ha tenido más alternativa que soportar importante descenso respecto a su nivel de vida acostumbrado y ha debido empeñar sus mayores esfuerzos en tratar de impedir perder hasta su capacidad de subsistencia decorosa. Ha mermado entonces su posibilidad de mantener su nivel de actividad en las sociedades intermedias y de mostrarse activa como modelo de conductas.

La función de la clase media, en la Argentina, no puede ser reemplazada por la más adinerada. El número de los integrantes de esta última, por más capacidad adquisitiva con la que cuenten, no le permite ser el motor de una recuperación de actividad y ese carácter minoritario, su distancia y sus grandes diferencias con respecto a la generalidad de los individuos, impide que se convierta en modelo de comportamiento. Tampoco está ello al alcance de la clase trabajadora, menos aún en las actuales condiciones, ya que su capacidad de acceder a determinados bienes es más limitada y le es más difícil constituirse en referencia social.

Quienes han reemplazado a la clase media como generadores de modelos sociales, por haber sido convertidos por las políticas imperantes en paradigmas de éxito, lamentablemente han difundido disvalores contrarios a los que han sido tradicionales en la Argentina y que permitían la subsistencia misma de la sociedad. Los logros rápidos y a cualquier costo, sin vallas de orden moral o legal, insolidaridad, procedimientos tortuosos, olvido de la dignidad o el decoro, exhibicionismo obsceno de riquezas mal habidas, consumismo exagerado, ausencia de austeridad, burla a los límites éticos, a la honestidad y hasta una nueva estética surgida de los emergentes dueños del poder político y económico.

Frente a la natural y lógica preocupación por lo económico y lo institucional, resultado de precariedad que atraviesan esos órdenes, es necesario reafirmar que no podemos postergar la búsqueda de soluciones para este decaimiento moral, humano y social que sufrimos los argentinos. Y es claro también que no hay variables independientes; que los caminos y las soluciones deben ser imaginados, interpretados y ejecutados con conciencia de que forman un todo inescindible y que deben funcionar armónicamente pues no hay sustentabilidad a mediano – largo plazo de remedios parciales por más eficaces que parezcan.

Es en este sentido que planteamos la necesidad de que se entienda que los dramas que vivimos no se limitan a las clases más vulnerables y que, para lograr soluciones verdaderas, estas no pueden consistir solamente en programas de recuperar a ellas sino que, en forma simultánea, deben procurar la revigorización de la gran clase media argentina. Las que anteceden son algunas de las muchas razones por las cuales sostenemos que, en la Argentina de hoy, la redistribución equitativa del ingreso – perversamente concentrado – es desde ya una necesidad ética y de justicia social y, al mismo tiempo, la más imprescindible y urgente de las exigencias técnicas para construir una economía sana y con capacidad de crecer.

Por Manuel Herrera-Candidato a Presidente por Causa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *