Pornografía e internet
Porque el internet cada vez se vuelve más parte de nuestra vida cotidiana, y con este nuevo espacio habitual, trasladamos nuestras costumbres del espacio físico al virtual. Y le guste o no a más de un moralista, la pornografía es tan parte de nuestra sociedad como lo podría ser el periódico.
No sorprende por esto que una de las palabras más buscadas en el internet en los Estados Unidos sea la palabra “sex”. Según reporta wordtracker.com, dentro de las 300 palabras más requeridas en el internet, “sex” figura inamoviblemente junto a “porn” (por pornografía) dentro de las primeras 20. Dentro de las primeras 40 aparece “bigger penis” y “free porn”; y moviéndonos a esferas más altas encontramos palabras como “pussy”, “literotica”, “nude”, “sex stories”, entre otras tantas. Esto sin contar otras búsquedas más específicas como puede ser el caso de “lolita”, en directa referencia a la protagonista de la novela “lolita”, una precoz adolescente, indudablemente objeto de deseo de más de un buscador del ciberespacio, fantasías que rozan indudablemente la ilegalidad de la pedofilia. Bueno, para gustos de todo tipo el internet es el espacio ideal por su característico anonimato. Por ejemplo, no extraña que en el numero 157 del ranking de wordtracker apareciera la palabra “wifelovers” es decir, “amante de mujeres casadas”. Es evidente que no faltará alguno que su fantasía será dormir con alguna que su principal característica sea estar casada con otro. Nada nuevo. Y que de aquellos que su fantasía pasa no por el dormir con mujeres demasiado jóvenes, sino con mujeres mayores. Nada ilegal hay en eso. Para tal caso la mágica palabra es: “mature”, por “maduro/a”. Hasta tal punto llega la organización de estas características que infinito número de websites agrupan sus fotos o videos por categorías, eligiendo como y en que contexto uno quiere ver tales imágenes. Porque lo que le da fuerza a este espacio es indudablemente no la literatura erótica, sino la imagen.
La pornografía es un negocio enorme. Hace alguno meses el equipo de Frontline, uno de los mejores programas de análisis de la televisión norteamericana (y probablemente del mundo), hizo un documental impecable sobre pornografía, mostrando este enorme mundo subterráneo que moviliza enormes capitales del mercado estadounidense. El informa se puede encontrar en http://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/shows/porn/ con estudios sobre las ramificaciones y relaciones entre la producción y la distribución, conectando desde el origen de esta cinematografía hasta la distribución masiva en networks de cable y su conexión con Wall Street.
Pero no sólo hay que pagar para acceder a este mundo. La cantidad de pornografía gratuita que hay en el internet, y que funciona como enganche, es abrumadora. Hace unos días, pensando en este artículo, se me ocurrió hacer un experimento: poner un cronómetro y ver cuanto tiempo me llevaba encontrar un vídeo pornográfico explícito gratuito y sin restricciones de “Silvia Saint” una de las estrellas del porno más conocida. Solamente 35 segundos para encontrarlo y 43 segundos para bajar el vídeo. Utilizando, en todo este proceso, una conexión simple de módem y un buscador como puede ser www.hotbot.com que te permite filtrar la búsqueda según lo que uno está buscando (idioma, media, música, etc.).
Es decir que la existencia de este mundo porno en el net, tan filtrado y tan censurado de nuestro discurso cotidiano oficial, no me extrañaría que sea uno de los mayores motores económicos (pero lejos) de la tecnología que hoy conocemos como “internet”. Esto habla mucho de la hipocresía y de la patología censurante que propone aplacar una realidad que es parte de nuestra sociedad y que no queremos ver por razones, que imagino, nos afectan más íntimamente de lo que creemos. Aclaremos que no creo que haya nada de malo en que una persona tenga la libertad de consumir toda la pornografía legal que esté disponible en el internet, por la ley del país desde donde se origine. No hay fundamento más irrevocable que la constitución; y si dentro de este marco, un individuo ejerce sus derechos, bienvenidos sean estos. Pero existe otro problema que prácticamente nadie quiere nombrar o confrontar; que es el enfrentar una patología derivada del consumo pornográfico, que es la adicción a la pornografía. Muchos la han llegado a llamar el “crack” del internet, por su poder adictivo. Esta adicción cuenta con una problemática complicada, que es la de no tener los mecanismos preventivos que tiene por ejemplo el alcoholismo. Más aún, entendiendo que desde el mundo masculino (que es desde donde se origina mayoritariamente el consumo de la pornografía) existen preconceptos netamente nocivos. Por ejemplo, de que el sexo cuanto más se ejercite, más machos nos hace (agregándole el aditivos de nuestras costumbres judeocristianas que por otro lado lo prohíben fuera de ciertos márgenes). Este cóctel de premisas de ilegalidad y motivación producen desviaciones terribles en la personalidad de innumerables individuos en nuestra sociedad. Por otro lado, no existen programas avalados por el estado, los seguros médicos o medicina sindical, que generen los espacios que ayuden a entender más estas problemáticas. Más aún en una sociedad evidentemente reprimida como la argentina en donde todavía buscamos esconder estas represiones con debates como, por ejemplo, si la anorgasmia femenina puede ser aliviado con tal o cual postura, o uso de marihuana. Todo esto en lugar de incorporar la sexualidad al plano de lo cotidiano como podría ser el comer o hacer ejercicios; es decir, al plano de lo normal.
Lo interesante es volver siempre a la idea de que, después de todo, lo que tenemos es un individuo frente a una imagen que desconecta de la realidad presente. Como aquel que se desconecta de sí mismo frente a la idea de que, alguien parado en una esquina con un celular en la mano, está mostrando al mundo que está conectado. Es inagotable esta imagen, que pareciera ser una muletilla ridícula que vende por seguro; popurrí incansable en las propagandas televisivas de servicios celulares. Reafirmada esta pantomima por los que consumen el servicio por el sólo acto de la apariencia. Pero ¿qué del otro en una autopista con una SUV o tractor 4×4 intentando proyectar una imagen de poder? Imágenes y más imágenes. Como la metaimagen del cibernauta, en la intimidad de su casa, frente a una computadora que genera imágenes y sonidos que él (o quizás ella) no puede generar por sí mismo… la ausencia absoluta del ahora real.