Jefes y Jefas de Hogar, un futuro con dignidad
El gobierno de Eduardo Duhalde no debería perder la histórica oportunidad de garantizar no sólo una ayuda económica a miles argentinos desocupados sino también una posibilidad cierta de comenzar a revertir una cultura lamentable que atenta contra la dignidad humana e hipoteca el futuro: clientelismo político vía asistencialismo. Cuando comenzó a implementarse el Plan Jefes y Jefas de Hogar en todo el país, se observó con satisfacción su aparente transparencia, sin intermediarios ni distinción para todos los sectores castigados por el desempleo. Sin embargo, la realidad volvió a demostrar las prácticas tradicionales: denuncias de manipulación política de planes, otorgamientos irregulares, destinos impropios de los recursos. En Santa Fe, la corrupción salió a la luz con cruce de acusaciones, involucrando a concejales, instituciones y líderes sindicales. En las localidades de la región, como Candioti y Nelson, por nombrar casos concretos, las sospechas están instaladas y son objeto de investigaciones, en principio en el ámbito legislativo.
Según confirmó a la prensa la ministra de Trabajo de la Nación, Graciela Camaño, más de 1.8 millón de personas cobran el subsidio de 150 Lecop. Y a pesar de su satisfacción por la marcha del programa, cientos de personas sobran en las listas que confeccionan las administraciones comunales -en esta caso- santafesinas. Por ahora, es sólo un paliativo contra las graves consecuencias de un golpeado mercado laboral que no para de expulsar trabajadores.
A pesar de este sombrío panorama, y admitiendo -al menos- la intención oficial de llevar adelante tres líneas de trabajo definidas, tareas comunitarias, proyectos productivos y de formación, puede otorgársele crédito a esta herramienta. Salvo el primer aspecto, con labores en instituciones educativas, sanitarias y edificios públicos, las fases productivas y formativas están pendientes.
En nuestro medio, varias comunas han comenzado a delinear talleres de capacitación en distintas labores como cocina, manualidades, costura. También hay proyectos de alfabetización. De todos modos, los primeros beneficiarios fueron ubicados en escuelas o dispensarios para realizar tareas por lo general de mantenimiento, necesario por cierto. Las calles de los pueblos de la región están pobladas de personas limpiando las aseras, espacios verdes, banquinas y predios. En alguna pequeña biblioteca, la encargada posee dos “ayudantes”…
Nadie desconoce las buenas iniciativas de quienes más conocen la realidad del interior provincial. Las labores asignadas no merecen desprecio. Sin embargo, es necesario evitar la superposición de funciones, el aburguesamiento y la angustia. Los distintos sectores deben unirse y proyectar acciones concretas, útiles y productivas. Barrer una calle es pan para hoy y hambre para mañana. Aprender un oficio puede ser la semilla digna de un futuro emprendimiento.
Es fundamental aprovechar los recursos disponibles de este programa para cambiar de raíz la cultura de esperar un trabajo del cielo, la asistencia del Estado, un negocio fácil o al menos, una limosna. Porque es claro que en este país hay una grave crisis económica como consecuencia de gobiernos que ejecutaron políticas equivocadas o sustentadas por intereses espurios. Pero no es menos cierto la persistencia de la “ley del menor esfuerzo” (justificada o no) en muchos integrantes de una sociedad individualista que olvidó la sangre emprenderora del inmigrante, su espíritu asociativo, austero y progresista.
Insistimos desde hace tiempo que este desafío está en manos de las localidades del interior, tradicionalmente ricas en iniciativas productivas, sociales, culturales y deportivas, menos viciadas que las urbes, y dueñas del indispensable valor de la comunión. Desde una perspectiva micro es posible un cambio de macroestructuras corroídas. El ámbito local debe ser el inicio de la transformación. Las instituciones, las herramientas. Y la integración regional, el paso necesario para potenciar la conciencia, la energía y la acción.